Ensayo "Comprar, tirar comprar"

‘Comprar, tirar, comprar’ sitúa el origen de la obsolescencia programada en el 29 en los EE UU. Este concepto fue una de las soluciones para recuperarse de la recesión económica y garantizar un flujo de movimiento económico relativamente constante en base a lo comprado, que además crearía puestos de trabajo. El documental muestra muchísimo archivo en blanco y negro de aquellos momentos, referencias en películas y entrevistas a descendientes directos de grandes responsables de grandes empresas que juegan o jugaron un importante papel en este aspecto, como Philips.

Los años 50, el sueño americano y la época dorada de la publicidad sentaron las bases y el precedente para que esta sociedad del consumismo continuara activa y con éxito durante décadas en el futuro. De esta forma, se conservarían dichos puestos de trabajo y las empresas podrían continuar ingresando millonarios beneficios en un flujo más o menos constante. Todo esto suena a teoría de la conspiración, sin embargo, el documental argumenta estupendamente dicha teoría bastante patente, tan real como observar lo que te rodea en el mismo entorno en el que te halles leyendo este artículo.

La otra cara mostrada en el documental es el vertedero de toda esta chatarra autodeclarada obsoleta prematuramente. Gran parte de ella va a parar a Agbogbloshie, un lugar en Ghana considerado como el mayor vertedero de productos electrónicos del mundo. Y ellos trabajan sacando lo que pueden de los aparatos electrónicos para poder venderlos, pero durante el proceso se enferman o se dañan ellos mismo. Multitud de empresas anuncian por una cara que envían tecnología “de segunda mano” a estos lugares para sanar la brecha cultural existente entre los países desarrollados y el tercer mundo, cuando lo que realmente hacen es enviar toneladas y toneladas altamente contaminantes a un lugar en el que nadie quiere saber nada.
Hay un chico que desea imprimir un documento desde su impresora, comprada hace sólo un par de años y que casualmente, y a pesar de mostrar un buen estado físico, ha dejado de funcionar. Todos los técnicos y vendedores de informática le recomiendan comprar una nueva impresora directamente, ya que el arreglo no le sale a cuenta. El chico se dispone a investigar la causa del problema y descubre que en el fondo, existe un chip que los fabricantes incorporan a dicha impresora, para que llegado un número determinado de impresiones, 5.000, el aparato deje de funcionar, aunque no esté averiado.

Es una técnica para que el consumidor tenga que volver a la tienda a comprar un nuevo modelo íntegro. Una técnica totalmente planificada por los empresarios, ingenieros, diseñadores llamada la “obsolescencia programada“, fundamentada en escritos que estuvieron a punto de convertirse en obligatorios en un pasado no tan lejano. Sin embargo, en la práctica y pese a no ser oficiales, dicha técnica es utilizada en todas las cadenas de producción de nuestro dominante sistema consumista social y empresarial.

El documental cuenta que a nivel social y psicológico, la obsolescencia programada consigue despertar en el consumidor la actitud de comprar un producto totalmente nuevo, un poco antes de que se rompa, marcando un temprano fin de vida útil. Por lo tanto, los productos actualmente tienen una “fecha de caducidad“, a partir de la cual dejan de funcionar y pueden considerarse como muertos, siendo necesaria la re-inversión y compra nueva, fomentando el consumismo y alimentando una cadena económica que no se detiene nunca.
Los avances de mediados del Siglo XX en muchas áreas ya mostraban que diseñadores e ingenieros eran capaces de crear productos que no se rompían nunca. Resistían años y años sin necesidad de mantenimiento, cambios ni reparaciones. El documental muestra, por ejemplo, una nevera comprada en 1985 que lleva 25 años funcionando constantemente y jamás ha sufrido un sólo problema. También habla de la aparición de medias que no se rompían y bombillas que duraban años y años encendidas sin llegar a fundirse. Hoy en día, en sus cajas podemos leer claramente, 1.000 horas de luz. Una fecha de caducidad programada.

Existen avances técnicos impresionantes hoy en día, que permiten crear grandes productos, pero esto no interesa a nuestra actual sociedad capitalista y empresarial. Por lo tanto, determinados empresarios se reunieron en su momento con dichos ingenieros y obligaron a establecer una encubierta fecha de caducidad a todos los productos creados. De otra manera y llegado a nuestro avanzado conocimiento técnico, los productos durarían siempre, se reducirían las ventas y nadie compraría de forma regular, eliminando consecuentemente millones de puestos de trabajo y beneficios millonarios.

El subtítulo del documental, La historia de la obsolescencia programada, hace referencia a un fenómeno por el cual las empresas producen artículos de consumo con una fecha de deterioro programada, para que el ciudadano esté siempre consumiendo y para que, al mismo tiempo, esa empresa pueda seguir dando trabajo a sus empleados.

El documental explica que sin esta práctica denominada obsolescencia programada el sistema capitalista no podría sostenerse. El consumismo o la producción en masa son dos consecuencias directas de este fenómeno.
Así, y pese a los avances tecnológicos, el sistema prefiere productos de consumo que duran cada vez menos: baterías que se mueren tras 12 meses, impresoras que se bloquean al llegar a un número determinado de impresiones, bombillas que se apagan a las mil horas… De esta manera, el ciudadano vuelve a consumir y las empresas siguen fabricando.
Como hemos dicho, el consumismo y la producción en masa son dos consecuencias de la obsolescencia programada. Pero hay uno más grave: la contaminación. Aunque la obsolescencia programada sea ideal para el sistema capitalista, está claro que no es sostenible medioambientalmente. En un planeta con recursos limitados, no se puede producir de forma ilimitada.
El modelo de crecer por crecer tiene efectos negativos en el ecosistema. El documental muestra cómo los productos obsoletos son llevados a países no occidentales como Ghana, donde son presentados como productos de segunda mano. Sin embargo, se trata de chatarra que los países desarrollados no quieren.
Aunque algunos de esos objetos son aprovechados y los habitantes de Ghana llegan a arreglarlos, muchos otros se acumulan y surgen vertederos que destruyen la vida de esas zonas.
En definitiva, aunque el problema de la obsolescencia programada pueda parecer en un primer momento económico, de él se derivan otros problemas medioambientales que también se tratan en este documental.
A pesar de la cuantía de las fuentes, pues son numerosas, no hay un equilibrio en su tratamiento. Es decir, todos los testimonios que encontramos en el documental van en la línea crítica que se persigue. Todas las personas que aparecen critican el fenómeno de la obsolescencia programada y nadie defiende este modelo, aunque está claro que se aplica. Si todos están en contra, ¿por qué se permite? Creo que el documental debería dar voz a empresas o instituciones que produzcan programando la obsolescencia de sus productos. Se echa de menos la declaración de algún responsable de Apple, por ejemplo.
En el documental se proponen algunas líneas de actuación para acabar con la obsolescencia programada, pero, como hemos dicho, no se le da voz a ningún empresario, por tanto la puesta en marcha de esas posibles medidas no es real. Quienes hablan son profesores, historiadores y periodistas, amén de algún diseñador, y lo que ellos propongan no será considerado por las grandes empresas. Lo interesante hubiera sido escuchar a las empresas. Son ellas las que tienen que evitar que esto siga adelante. Pero nadie se ha molestado en preguntarles qué opinan acerca de la obsolescencia programada y de que en Ghana los ríos se mueran.

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